ES un fenómeno que se deberían tomar más en serio. Hace ya ocho años que el Arzobispado de Sevilla invitó a las asociaciones civiles cofradieras, popularmente conocidas como piratas, a iniciar los trámites partiendo de cero. Sin embargo, desde entonces, la situación no ha mejorado, sino que ha empeorado. Y está en el trance de ser todavía peor. Supongo que el arzobispo, don José Ángel Saiz, conoce bien este fenómeno. En su anterior destino, en la diócesis de Barcelona, han proliferado las procesiones civiles y las asociaciones piratas, no sólo de penitencia, sino también rocieras, al margen de los vínculos religiosos oficiales. En Barcelona, les echan las culpas a los curas, porque dicen que no les gustan las cofradías. Yo conozco a algunos obispos catalanes, y me consta que se vuelven encantados cuando vienen a Sevilla.

COEXISTEN el Vía Crucis de las Hermandades y los ordinarios (se celebran todos los años) con los extraordinarios (se organizan con motivo de alguna efeméride). Igual que sucede con las coronaciones canónicas, un sector de cofrades estima que hay un abuso de cultos extraordinarios, salvo si está protagonizado por su hermandad. Esto no es nuevo, pero llama la atención que hayan sido cuestionados los ejercicios penitenciales. Un Vía Crucis se puede rezar en el interior de un templo, no hace falta salir. Sin embargo, se supone que también debe servir para atraer ovejas descarriadas al redil y ser un testimonio de fe. Para eso es importante no distorsionar su carácter de culto externo.

EN 2024 se cumplirán 40 años desde que publiqué por vez primera un artículo de cofradías titulado La Campana. Todavía faltan unos meses para el cumpleaños, porque el primero apareció en noviembre. Como la Cuaresma dura 40 días, la cifra tiene algún simbolismo. Si recuerdo este detalle personal, es como un homenaje al fallecido Antonio Burgos, entonces subdirector de ABC de Sevilla, que fue quien me pidió que escribiera esa columna. Yo no quería, porque prefería pedirme vacaciones en Semana Santa y verla como Dios manda. Pero había aprendido mucho de Burgos, también de cofradías, y era mi jefe, así que no le podía decir que no. La Campana se publicó en ABC durante 15 años. Y después ha seguido durante 25 años en Diario de Sevilla, desde que este periódico empezó a publicarse en 1999.

EN los últimos meses, Manolo Rodríguez sabía lo que le esperaba. Su última estación de penitencia la cumplió el pasado Sábado Santo. Asistió a su última procesión eucarística de impedidos por las calles de San Lorenzo el domingo 21 de mayo. Su último acto de confraternidad en la Hermandad de la Soledad lo vivió el viernes 30 de junio. Manolo estuvo sentado en una silla de la casa de hermandad y todos sabíamos que el tiempo se nos escapaba. Era el dolor de una despedida temida, que se ha consumado un mes después. Otro viernes, el 28 de julio, Manolo Rodríguez está en San Lorenzo a los pies de la Soledad. Su hermandad, su Virgen, a la que nunca abandonó. Para mí es muy difícil escribir este artículo. Manolo Rodríguez era mucho más que un amigo y un hermano soleano. Era uno de los cofrades de los que más he aprendido. Era un modelo a seguir, una referencia, un ejemplo. A veces, sin necesidad de hablar, con una mirada, ya sabíamos lo que estábamos pensando.

l Se cumplen 50 años del incendio fortuito en el que ardió la Virgen del Patrocinio y resultó dañado el Crucificado l En 1936, Salvador Dorado había evitado que asaltaran el templo

DOS veces el Cachorro pudo ser destruido en un incendio y dos veces se salvó. Este año se cumple medio siglo desde aquel suceso pavoroso y fortuito, ocurrido el 26 de febrero de 1973 en la capilla del Patrocinio, cuando la imagen antigua de la Virgen quedó destruida y el Cristo de la Expiración sufrió graves daños. Menos conocido es lo ocurrido el 19 de julio de 1937, cuando un grupo de asaltantes marxistas, intentó prender fuego a la capilla del Patrocinio. Se evitó en circunstancias milagrosas, gracias al heroísmo del que después sería popular capataz Salvador Dorado Vázquez El Penitente (o el Paitente, de pan y aceite, que era su apodo real), que lo impidió a riesgo de perder su propia vida.