LOS hinchas del Cádiz están furiosos porque dicen que les roban los partidos incluso con el VAR. Y que se aprovechan del fútbol del coronavirus a puerta cerrada, pues ya no se les puede decir “árbitro guapetón” en Carranza. Yo no sé por qué se extrañan, pues era cuestión de tiempo que aprendieran a manejar el invento. Y como unas cosas quedan a criterio de los árbitros, y otras son interpretaciones, y ahora me voy a ver la televisión, y ahora con la personalidad que tengo voy a decir justamente lo contrario de lo que dije hace dos minutos cuando ya lo vi a un metro, pues así nos va. A los que se fijan en mis profecías (y las recuerdan según cuándo), se lo advierto: el día después de ganarle al FC Barcelona por 2-1 se lo dije a unos amigos: el Cádiz es un firmísimo candidato a descender a Segunda. Por varios motivos, y no sólo los árbitros.

SE habla y se escribe mucho de la presión hospitalaria, pero en esta pandemia echamos en falta el nuevo hospital de Cádiz. Seamos serios. Los gobiernos, tanto del PSOE como del PP, sólo construyen las infraestructuras cuando detectan un nivel de exigencia alto. Sin embargo, cuando los ciudadanos acogen los proyectos con indiferencia pasota, o son sumisos a las cancelaciones (como ocurrió en Cádiz), eso que se ahorran. Les resulta más beneficioso gastárselo en otras ciudades donde los reclaman con más ganas. Así que buena parte de culpa de que el Hospital de Puntales sólo sea un solar con jaramagos es de los gaditanos y de las gaditanas, de la sociedad civil, que no exigió ese proyecto como una necesidad urgente.

CON las vacunas del coronavirus está pasando lo mismo que con el carro de Manolo Escobar. Si ahora hubiera un Carnaval como Dios manda, un COAC de gran categoría, como diría Juan Manzorro, en el popurrí podrían cantar: “Mi vacuna me la robaron/ estando de romería/ mi vacuna me la mangaron/ anoche mientras dormía”. Ya sé que ahora tampoco hay romerías, pero es una licencia poética chirigotesca. Nadie ha sabido nunca dónde estaba el carro, y tampoco nadie sabe dónde están las vacunas. Las de Pfizer desaparecieron como por arte de magia, como por un encantamiento del Mago González. Y las de AstraZeneca parece que las han retenido en la pérfida Albión. Vamos a dar una pista: a lo mejor hay algunas en Gibraltar, como el chocolate en los tiempos de Franco, y se pueden conseguir en el contrabando. Con permiso del cierre perimetral.

CON el pasar del tiempo, cuando recordemos a don Juan del Río Martín, se citará que fue uno de los fallecidos en la pandemia del Covid-19. No con un número más, como tantos otros a los que no conocemos, sino que el arzobispo castrense de España fue uno de los caídos ilustres en esta batalla. Debería servirnos de recordatorio: el enemigo va en serio. Pero las circunstancias trágicas de esta pandemia sin distinciones (como si el coronavirus pintara un cuadro de postrimerías de Valdés Leal) no pueden alterar lo esencial: don Juan del Río era un hombre santo contemporáneo, un ejemplo a seguir para quienes le conocimos y disfrutamos de su amistad. Un hombre santo, por otra parte, al que no se le podía dar coba, pues conocía las debilidades humanas y era capaz de desarticular las hipocresías. Siempre con su talante sencillo, que no incauto.

CON la Aduana hemos topado, ojú… Está la gente pendiente del coronavirus y de si van a cerrar el bar de la esquina, de si los van a confinar en sus casas, de si van a suspender las clases presenciales en los colegios (también tienen alguna repercusión en el aumento de los contagios, según parece) durante dos semanas; en fin, de asuntos que afectan a lo esencial de verdad: la salud, el dinero y el amor. Cuando, de repente, se nos aparece la Aduana de Cádiz, como en una cortina de humo, como una fantasmagoría entre la niebla de otros tiempos. Y, para colmo de curiosidades, con Martín Vila y Kichi aliados con el PP y su Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. Cosas veredes…