HAN pasado 40 años desde aquel 28 de febrero de 1980. Entonces yo era un joven que lo vivió de cerca. Entonces yo era un joven que informaba de aquel acontecimiento, por lo que no hace falta que nadie me lo cuente. Entonces, en ABC de Sevilla, ejercía como redactor jefe Antonio Burgos, el director era Nicolás Jesús Salas y los redactores de Política Andaluza éramos David Fernández Cabeza y yo. Después del referéndum, David tomó otros rumbos y a mí me faltó poco. Tal fue la esquizofrenia informativa, en una Andalucía bipolar, zarandeados entre las convicciones y las presiones. Por eso, el acto de hoy es evocador. Aquel referéndum no se hubiera ganado sin Manuel Clavero y sin Rafael Escuredo, ni tampoco sin Antonio Burgos.

A lo largo de su vida una persona puede evolucionar y cambiar algunas de sus ideas. Pasa en todos los partidos. Incluso en las religiones. San Pablo, que era malísimo, se cayó del caballo camino de Damasco, y se convirtió en piedra angular del cristianismo. Santiago Carrillo, que era del PSOE, se pasó al PCE, no impidió la matanza de Paracuellos del Jarama durante la guerra civil (de lo que después se arrepintió); y más tarde, participó en las purgas soviéticas contra sus compañeros del PCE, se hizo eurocomunista, aceptó la bandera roja y gualda, se pasó al PSOE y terminó de tertuliano en la cadena Ser. ¿Y qué me dicen de Jorge Verstrynge? Pasó de ser la mano derecha de Fraga en AP a ser podemita. El caso de Pemán no es el único de un demócrata que evoluciona.

EL ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, ha cesado en sus funciones como diputado cunero por Cádiz. Fue elegido el 28 de abril del año pasado, y por segunda vez el 10 de noviembre. Pero no ha llegado al Miércoles de Ceniza. La culpa no ha sido suya, sino de Pedro Sánchez, que como tiene justitas las votaciones del Congreso de los Diputados ha pedido a todos los ministros que renuncien a sus actas de parlamentarios, ya que con frecuencia están comprometidos en otros menesteres y no podrían ir a votar. En realidad, a todos no se lo ha pedido, sino a todos menos él mismo y el trío de confianza: Carmen Calvo, María Jesús Montero y José Luis Ábalos. Los demás electos se han arriesgado, pues si hay una crisis de Gobierno y caen, ya no serían diputados. Aunque en el paro no se van a quedar.

LOS Hijos Predilectos y las medallas de Andalucía de 2020 parecen especiales. Aunque sean las segundas que concede la Junta del PP y Ciudadanos, es en realidad la primera oportunidad en que el Ejecutivo presidido por Juanma Moreno aplica sus normas para acabar con el sectarismo. En la lista de galardonados había omisiones chirriantes, se supone que por motivos ideológicos, o al menos por no ser considerado como políticamente correcto. En ese sentido, destaca el título de Hijo Predilecto de Andalucía para Antonio Burgos. Un título largamente pedido en los años anteriores (yo mismo lo he reclamado en artículos) y que parecía imposible. Por fin se hace justicia. Burgos, que ya es Hijo Adoptivo de Cádiz, no es sólo un extraordinario periodista y escritor, sino uno de los padres del andalucismo contemporáneo. Y le acompañará un torero. No uno cualquiera, sino Curro Romero, cuya biografía escribió precisamente Burgos.

EN estos días de Carnaval se aprecia nítidamente la inutilidad del tranvía de la Bahía. Al menos para Cádiz capital. Será útil para Chiclana, que está incomunicada por ferrocarril, pero tampoco lo sería si en vez de esa obra tan costosa, si en vez de ese derroche de la Junta, hubieran construido un ramal ferroviario para llegar allí. Algo que, por otra parte, estaba pedido por la Diputación en el siglo XIX, cuando reclamaron un tren desde Cádiz a Algeciras. Por el contrario, en estos días de Carnaval, se aprecia la utilidad del tren, que utilizan miles de personas. Al aumentar la demanda también crece la oferta y Cádiz parece una gran ciudad.