CAE la lluvia al otro lado de los cristales, con persistente monotonía, como en el poema de Antonio Machado. Caen los que fallecen en un Cádiz que se pierde, uno tras otro, con una monotonía que abruma. Ya nada está donde estuvo, ni nadie sigue en su lugar. Ni siquiera doblan campanas en el Carmen, San Antonio, o la Castrense por un barrio del Mentidero que ya no es el que era, ni tiene a los que tuvo. Ya no escribe ningún poema Gitanilla, ni entra o sale nadie en la redacción y los talleres del Diario de Cádiz. En la calle Ceballos, donde teníamos los despachos, ahora existe un supermercado. Y se nos ha ido también Paco Perea, que fue uno de los protagonistas de aquel Diario. Hoy el siglo XX ya se parece más al XIX, es sólo historia, alejada del presente.

SEGUIMOS en la octava civil del fallecimiento de Carlos Díaz. Al homenajear la trayectoria del primer alcalde de la democracia, resultaría injusto no elogiar sus aportaciones determinantes para las tres C de Cádiz: el Carnaval, las cofradías y el Cádiz CF. Desde luego, aquel alcalde no era el prototipo del gadita. Desde el minuto 1, le criticaron que había nacido en Sevilla. Vivía en Cádiz, y en Cádiz siguió tras su retirada. Cierto es que vivía en Bahía Blanca, que no está considerado el barrio más gadita. Y también es cierto que como sevillano era “fino y frío”, como los calificó Unamuno. No era miarma. Y, como gaditano, no era de rimas con Logroño, ni de romper horquillas, ni de gritar “esto es Cádiz…”, etcétera. Pero ahí quedó su aportación.

TRES días de luto oficial en Cádiz marcan el recuerdo del primer alcalde de la democracia. Carlos Díaz Medina pilotó un tiempo para la ciudad, que no fue sólo la transición desde la dictadura franquista a la democracia, sino el puente desde un Cádiz en blanco y negro a un Cádiz en color. El blanco y negro de las fotos se terminó con Carlos Díaz y el color empezó con Teófila Martínez. No lo escribo en peyorativo, porque el blanco y negro hoy está mejor considerado que nunca, se vuelve a las viejas fotos como se retorna a la nostalgia. Carlos Díaz fue el único alcalde posible para su tiempo. Fue un quijote que peleó contra los molinos de viento de la incomprensión. Hoy le alaban muchos que antes lo despreciaron.

INDIGNACIÓN es el concepto que mejor resume lo sucedido en Barbate, tras la muerte de dos guardias civiles. La repercusión ha sido superior a otros antecedentes. Pero la indignación es como un fuego que arde y se apaga. A Grande Marlaska lo volvieron a reprobar ayer en el Congreso, tras romperse la mayoría denominada progresista. Ya le han pedido la dimisión seis veces y lo han reprobado tres. ¿Ustedes creen que le importa? Para ser efectivos en la lucha contra el narcotráfico y la delincuencia, hace falta sentido común, planificar las medidas necesarias, dotar de medios a los combatientes para ganar la batalla... Si se organiza una lucha, es para ganar, no para perder. Y el problema de fondo en Barbate, La Línea y las costas fronterizas gaditanas es que por ahora están ganando las mafias.

A las nueve de la noche de un Viernes Santo, en Cádiz, la gente debería estar esperando en la plaza de San Agustín para la salida de la cofradía de la Buena Muerte. La cruz de guía debe salir a las 21:40 horas, según los horarios provisionales de la Semana Santa de 2024. Vamos a situarnos. A las nueve de la noche del Viernes Santo estarán pasando por la carrera oficial las cofradías de las Siete Palabras y la Expiración (que este año sale del Carmen) y la del Descendimiento debería estar cerca de la calle Nueva. Y a esa hora, en el estadio Carranza, digo Nuevo Mirandilla, deben saltar los jugadores del Cádiz y el Granada para un partido en el que se disputan el descenso a los infiernos. Como el domingo pasado jugaron de celeste (el color del mar y el del Celta), propongo que el Viernes Santo jueguen de negro, como el luto del día.