ALGUNAS cosas no pueden ser, y además son imposibles. Es lo que sucedía con el proyecto para convertir el faro de Trafalgar en un hotel de lujo. Una idea absurda que patrocinaban la Autoridad Portuaria de la Bahía de Cádiz y el Ayuntamiento de Barbate. Comprendo que quieren obtener beneficios con un faro, pero lo más aconsejable no era lo previsto: adaptarlo a hotel de lujo, ¡con tres habitaciones! Sólo faltaba invitar a Paula Echevarría, asidua del Novo, o a la influencer Dulceida con su pareja Alba para hacerle publicidad. O incluso al escritor Arturo Pérez-Reverte, que publicó una novela titulada Cabo Trafalgar. Ha pasado lo que se suponía: lo han frenado con la Ley de Costas.

ALGUNOS que ejercen la oposición al alcalde de Cádiz, José María González, dicen que su gestión es ciclotímica. Atraviesa momentos de euforia, en los que entra a todos los señuelos. Puede coincidir con sus rachas epistolares más activas, en las que lo mismo le escribe a Joaquín Sabina por ser pregonero del Carnaval, como pide que no obliguen a elegir “entre el pan y la paz”. Momentos emotivos, en los que recibe al embajador de Catar (país del que todavía no ha catado nada), mientras atacaba a Arabia Saudí. Sin embargo, en otros momentos de la historia, guarda un prudente silencio. Parece como si no existiera. Se diría que está ausente, como Pablo Iglesias en el mes de agosto.

POR supuesto que el caso del periodista saudí Jamal Khashoggi es un repugnante crimen político. Con el agravante de haberse cometido en el Consulado de Arabia en Estambul. Por supuesto que se pueden adoptar sanciones, cuando se confirme lo ocurrido. Pero está por ver que eso deba afectar a las famosas corbetas encargadas a Navantia. Y no ya por los 1.800 millones de la inversión y los cinco años de trabajo para 6.000 personas, sino porque las sanciones internacionales se combinan con los intereses económicos y políticos estratégicos. Irán, Venezuela y Cuba son ejemplos de países para los que también han acordado sanciones. Y eso no ha impedido ciertas operaciones comerciales.

ES una gran alegría que ya se haya abierto el colegio mayor de la Universidad, antes denominado del beato Diego de Cádiz. Con el tiempo que ha transcurrido desde que los responsables de la UCA decidieron suprimir el nombre, ha pasado lo suficiente para opinar con serenidad sobre este asunto. Lo primero es que un colegio mayor no tiene por qué estar dedicado a un santo o un beato. Lo segundo es que el nombre no condiciona su ideología. En Madrid, donde estudié, el colegio mayor más rojo era el San Juan Evangelista, donde la mayoría de los alojados militaban del PCE para allá. Por lo tanto, no es un agravio que prefieran otro nombre, en vez de la sandez de no ponerle ninguno. Eso queda al gusto de la propiedad.

LAS listas de las elecciones andaluzas están dando mucho que hablar. Para empezar, no son tan apetitosas como las del Congreso de los Diputados. Se supone que hay que guardar a las figuras para las elecciones generales. Y para seguir, en Andalucía se modificó la legislación, que ahora impide a los alcaldes ser parlamentarios andaluces. Lejanos quedan laquelos tiempos de principios del siglo XXI, cuando Teófila Martínez lideraba al PP andaluz y era la jefa de la oposición a Manuel Chaves, mientras lo simultaneaba con la Alcaldía de Cádiz. No sólo ella. Otros alcaldes andaluces de capitales fueron parlamentarios. Y, aparte del pluriempleo, funcionaba como gancho electoral.