SEGUIMOS con los Festivales de España. El jueves se representó el esperpento Fuego en la Moncloa. Locos de contentos estaban en la Moncloa, festejando los siete puntos de ventaja que le concedía la encuesta del CIS al PSOE de Pedro Sánchez (no reírse todavía), cuando alguien dio la voz de alarma: “¡En la cocina huele a chamusquina!”. “Será por el pucherazo”, pensó un asesor. Alguien le contó que una manita inocente, al menor descuido, metía papeletas del jefe en una urna. ¿Y fue entonces cuando se quemaron las manos de algunos? ¿De los inocentes que dijeron “yo pongo la mano en el fuego por Santos Cerdán”? Ay, María Jesús, ¿para qué pones la mano? ¿Tú sabes lo que hacen con las manitas, cuando nadie los ve?

NADIE lo ha reconocido, pero en este país han recuperado los Festivales de España. Los más viejos del lugar recordarán que se celebraban en los tiempos de Franco, con espectáculos de teatro, música y danza. Incluso bailaban sardanas catalanas y muñeiras gallegas, y no sé si se les escaparía algún aurresku con sus dantzaris y txistularis. Todo no se iba a quedar en los chotis madrileños y La verbena de la Paloma, que también se interpretaban, para que no se enfadara la señora Ayuso, o alguien así, que padezca alergia a las lenguas vernáculas. Pues bien, la temporada comenzó en Madrid con un vodevil titulado Ni fontanera, ni cobarde. Pero después ha seguido en Barcelona.

UN ideólogo al que los marxistas de hoy en día han leído poco, Karl Marx, escribió que el trabajo es una actividad específica del individuo donde puede expresar su humanidad. En ningún momento escribió Marx que el trabajo es el opio del pueblo. Para Marx y los suyos el trabajo no era malo, sino bueno, y el problema a su juicio surge por las condiciones laborales del sistema capitalista y la alienación del asalariado. Para los partidos de izquierda marxista la solución de este dilema no pasaría por trabajar menos, sino por trabajar mejor, y de un modo más humano, para que las condiciones productivas sean positivas, contribuyendo así al bien social y el progreso.

NINGÚN presidente de la democracia española se ha obsesionado tanto con Franco como Pedro Sánchez. Ni siquiera su colega José Luis Rodríguez Zapatero, que liquidó la concordia. El sanchismo es una forma evolucionada del franquismo sociológico. Es lo más neofranquista que se recuerda desde Franco. No en las soflamas ideológicas, que en el sanchismo apelan al progresismo, como algo etéreo, que evoca un nuevo Movimiento. Me refiero a las formas. El modus operandi del Gobierno es el mismo de los años de la posguerra. Su propaganda sigue la misma estrategia.

HOY celebra la misa de inicio de su pontificado el papa León XIV. Al Vaticano han acudido jefes de Estado y de Gobierno de todo el mundo y miles de cristianos y peregrinos, ya que ha coincidido con el Jubileo de las hermandades, y con la procesión de ayer en la que participaban dos señeras imágenes de la devoción popular andaluza, como el Cachorro de Triana (y de Sevilla) y la Esperanza del Perchel (y de Málaga). ¿Por qué esta gran asistencia de líderes mundiales para un ceremonia religiosa? El Papa es también el Jefe de Estado del Vaticano. Pero su poder no le viene de un pequeño y peculiar estado, situado en el corazón de Roma. Su poder se lo concede Dios, según la creencia de los cristianos.