HEMOS leído en la prensa: “El Cecop monta un dispositivo especial para la Cuaresma y la Semana Santa”. Y lo hemos leído la semana pasada, en plena tercera ola, no fue hace dos años. Algunos pensarán que el Cecop actúa como si no hubieran suspendido todos los cultos externos de las cofradías (vía crucis y traslados inclusive), pero no es eso. El Cecop vigilará las colas de las exposiciones organizadas por el Consejo, los aforos de los teatros y otras así. Puede que incluso los aforos de las iglesias, que hoy aumentarán al 50%, si Dios quiere y el comité de expertos de la Junta permite que la ciudad de Sevilla pase al nivel 3 de las restricciones. El Cecop no se rinde. Una Cuaresma sin Cecop no es Cuaresma. Ya son como las torrijas, un elemento costumbrista propio de la idiosincrasia cuaresmal sevillana. Y han debutado. El pasado lunes, sin ir más lejos.

EN este arranque de la Cuaresma es una tentación montar una polémica populista con la Iglesia de por medio. Hoy el asunto irá al Pleno municipal de Sevilla. Se alegrarán los podemitas y adelantados si sirve para decir que la Iglesia es rica y está podrida de propiedades, que según la demogogia barata fueron inmatriculadas porque sí, cuando se levantó la prohibición de hacerlo. Ocurrió en 1998, cuando gobernaba el PP de José María Aznar, lo que igualmente les viene bien para el caso. El objetivo de algunos sería volver a la desamortización de Mendizábal, ya que el siglo XIX es el que más le gusta. Siguen diciendo lo mismo desde entonces. El propio Karl Marx es decimonónico. Sin embargo, esta polémica es artificial. Sólo sirve para despistar al rebaño en su busca de la inmunidad.

EL alcalde intenta salvar los muebles del turismo mirando al horizonte. Presenta planes en la clausura de Santa Paula y, si hace falta, incluso habla en chino. Por intentarlo que no quede. Como el coronavirus nos ha dejado sin turismo asiático en Sevilla, algunos se están burlando porque Juan Espadas lanzó un mensaje a la comunidad china para felicitarlos por su Año Nuevo. En estos días, millones de chinos han salido de vacaciones, pero viajan por su país, pues por el nuestro no se atreverían, ni por otros de Europa tampoco. No quieren que el coronavirus vuelva a Wuhan, donde empezó todo, con permiso de los catalanes, que lo detectaron en marzo de 2019 en las aguas residuales de Barcelona, según un informe que no desmintieron.

EN este Gobierno, como suele ocurrir en este país, cada cual sólo se preocupa por lo suyo. Así un ministro dice algo y otro lo contrario, depende del departamento. Es natural que la ministra de Industria, Comercio y Turismo, Reyes Maroto, quiera potenciar los viajes en Semana Santa, porque eso sería lo suyo. Lo antinatural es que esta señora no ponga los pies en el suelo y salga a levitar por los mundos de Yupi. En Sevilla la situación se entiende bien, pues las procesiones de Semana Santa están suspendidas, lo que la hace insalvable. Igual que ocurre con la Feria de abril. Parece que aquí el problema sólo afecta al turismo y la hostelería, pero es más profundo.

SIN darnos cuenta, estamos cambiando nuestros usos y costumbres. Las autoridades inventan medidas supuestamente avaladas por expertos en pandemias (¿pero existen?), aunque algunas tropiezan con el sentido común. Y después de que Fernando Simón habló de la inmunidad del rebaño, y de padecer un ministro de Sanidad como Salvador Illa, todo es posible en Sevilla. En el resto de España también. La gente se ha adaptado a las circunstancias del nuevo yo, como volvería a decirnos don José Ortega y Gasset, si pudiera escribir sobre los andaluces y otros asuntos filosóficos que estudió Illa en su carrera. Un ejemplo: la gente se ha acostumbrado a un toque de queda que no toca nadie.