EL otoño sevillano funcionaba como una primavera declinante. Escribir eso resulta cursi, ya lo sé, y merece una explicación. La primavera, en lo referido al calor, iba de menos a más; de modo que no era lo mismo el tiempo de la Semana Santa que el de las glorias de mayo o el Corpus de junio. El otoño empezaba con la llamada Feria de San Miguel, con los toros en la Maestranza, con el veranillo del membrillo, con las vendimias en los pueblos… Y la Bienal de Flamenco (un año sí y otro no), con los guiris que se han aficionado como si hubieran nacido en las cavas de Triana antes de partir al exilio. Después venía octubre, el mes del Rosario, con el puente del Pilar, y a continuación se enfriaba noviembre, con el puente de Todos los Santos y los Difuntos. ¿Difuntos? Toquemos madera de ciprés.

ANTE la segunda ola del coronavirus (¿o es ya la tercera?) la Junta de Andalucía establece nuevas medidas. Tanto Juanma Moreno como Juan Marín han indicado que se adaptan a las circunstancias y “a los criterios sanitarios”. Aunque el presidente es del PP y el vicepresidente de Ciudadanos, en Andalucía hay menos discrepancias que en Madrid, donde Isabel Díaz Ayuso e Ignacio Aguado se fastidian entre ellos mismos. Aquí cada cual puede decir una cosa y al día siguiente la contraria, como le ocurrió a Juan Marín con los viajes a Andalucía en el puente de Todos los Santos. Después se justificó, recordando que las cosas cambian de un día para otro. Por lo tanto, van probando. Cuando no funcionan unos principios, buscan otros. Es la sabiduría según Groucho Marx. En España siguen los palos de ciegos, a ver si sale bien por casualidad; y eso es lo que más preocupa a quienes sufren el toque de queda y el confinamiento perimetral.

EN este país, de vez en cuando, la gente se agobia por algo hasta que se agota. Pasó con el papel higiénico, la levadura y las pesas. En Sevilla ahora está sucediendo con las vacunas de la gripe. Ha calado un frenesí entre los vacunandos y cierta alarma entre los vacunadores. Así se ha propagado la teoría de que es dificilísimo vacunarse, que no habrá suficientes para todos; y, curiosamente, también se oye lo contrario: que no habrá tantos sevillanos dispuestos a vacunarse y consumir todas las que ha adquirido el SAS. Es decir, vuelve la mitología popular sobre la carencia de algo, en este caso de las vacunas, como si hubiera cartillas de racionamiento. Y también parece que la Consejería de Jesús Aguirre se ha colapsado, en plan de sálvese el que pueda.

EN la lista negra del coronavirus andaluz han aparecido tres capitales de provincia: Granada, Málaga y Sevilla. Desde luego, no con la misma intensidad, ni con el mismo desarrollo. Recuerden que Málaga y Granada fueron las dos provincias andaluzas que ralentizaron la relajación de medidas y pasaron más tarde a la fase 1 y a la fase 2. En la segunda ola, vemos que tiene más incidencia, en general, allá donde sufrieron más muertes en la primera. Sin embargo, en Sevilla (que tenía una de las tasas de mortalidad y contagios más bajas de Andalucía, junto a Huelva, Cádiz y Almería) la evolución ha ido claramente a peor durante el otoño, según los datos de la Junta.

EL pacto del PSOE con Ciudadanos en el Ayuntamiento de Sevilla es un jaque mate para el mandato que acabará en 2023. Supondrá mucho más que un acuerdo de gobernabilidad para garantizar la aprobación de los presupuestos, las ordenanzas fiscales o algunos proyectos discutidos, en los que Ciudadanos ya se había dejado querer desde que está de portavoz Álvaro Pimentel. Se puede considerar como una jugada maestra de Espadas, que ha ganado la partida a la oposición y se asegura cierta tranquilidad. Al menos mientras Ciudadanos se mantenga como un grupo político con criterios coherentes, lo que no siempre sucede por sus desavenencias.