LOS hermanos mayores acudieron a su asamblea al aire libre en el Alcázar, y se acabó el problema de las sillas y palcos. Para el Consejo no era tan sencillo como parece a simple vista. Primero, porque los propios hermanos mayores habían recortado las competencias de la Junta Superior, tiempo ha, para que decisiones como esta sean adoptadas por la asamblea de las hermandades. Y después, porque el derecho de reunión también fue recortado por el mando único, con imposibilidad de reunirse, hasta que el Ayuntamiento cedió el patio de la Montería del Alcázar. La postura municipal ha sido encomiable, tanto por parte del alcalde, Juan Espadas, como del delegado de Fiestas Mayores, Juan Carlos Cabrera. Como diría Nadia Calviño, ellos han contribuido a la solución, en vez de aumentar el problema. Y no han actuado con populismo, ni le siguieron el rollo a la asociación de progresistas de consumo.

CUANDO Pedro Sánchez dijo que los turistas extranjeros volverán a España a partir de julio, parecía que estaba hablando de marcianos. Los  extranjeros en Sevilla han pasado a ser raros. Estamos como en el siglo XIX (o puede que peor, con las fronteras cerradas y las cuarentenas), cuando llegaban los franceses y parecían de otra galaxia. Venían personajes ilustres como Teófilo Gautier, Alejandro Dumas, Próspero Merimée y tantos otros. Entre ellos y los autores de las óperas sevillanas, contribuyeron a una visión castiza  de la ciudad. Es archisabido que en los tópicos han influido los extranjeros, que veían a los sevillanos (y a los andaluces, en general) como apasionados, folklóricos, flojos y raros. Ahora, por culpa del coronavirus, los raros son ellos.

ESTE Gobierno no quiere que los sevillanos vayan a las playas y este Ayuntamiento va a conseguir que se acostumbren a las plagas. Ya tengo escrito que los alemanes podrían llegar a las islas Baleares antes que los sevillanos a Matalascañas o Chipiona (puesto que Pedro Sánchez le da coba a Juanma Moreno en todas las reuniones de presidentes). Pero las plagas empiezan a ser más preocupantes que las playas. El pasado domingo, como la gente sigue confinada en la provincia única, había algunas personas paseando por los alrededores de la Catedral, y se pudo ver una rata muerta, a plena luz del día, junto a la puerta de San Miguel, que estaba abierta para una misa de precepto con 30% del aforo.

Las plagas no sabemos si estarán ya al 50%. Los del PP son los expertos en bichos, y lo denuncian cada vez que pueden. A la vista está. Escribí que, al salir del encierro, llamaba poderosamente la atención la suciedad y el abandono que se percibe en muchas zonas de Sevilla. Evelia Rincón, concejala del PP, denunció que hay solares y zonas verdes en los que se acumula “la maleza”. Esa palabra es bonita (en sí misma advierte de algo malo), pero la maleza sevillana tiene algo de selvática y es encubridora de insectos variados.

No es una exageración de la oposición municipal, dispuesta a socavar al alcalde Espadas, diciendo que la ciudad está muy sucia. Salgan de paseo sin franja horaria. Al correr por los parques hallamos bichos sospechosos. Carreritas de cucarachas se han visto por varias calles. A la rata despanzurrada de la Avenida la vi yo, y a otras ratas las han visto otros. La pregunta es: ¿estaría Sevilla con tantos animalitos a su antojo si se hubiera mantenido el gran boom del turismo? ¿Verían ratas los turistas sin cuarentena al salir de la Catedral?

En China (y no sólo en Wuhan) la higiene fue esencial para acabar con el coronavirus. Los operarios que limpiaban no eran militares, aunque iban vestidos como de guerra de las galaxias. Si aquí se desinfectara y se actuara contra la maleza como es debido, no se vería lo que se está viendo. Algo especial deberían hacer. Algo más que aprovecharse de que Sevilla se ha quedado para los sevillanos. Y, como dice el refrán, donde hay confianza da asco.

A falta de playas, no deberíamos conformarnos con las plagas. Esta Sevilla retrocede en el tiempo: a los viejos domingos de calores en soledad, con las calles vacías y las tiendas cerradas. A las ratas, las cucarachas, las pulgas y ciertos insectos, que se apoderan de las ciudades pobres, y de aquellos espacios públicos que la civilización abandona. A eso estamos llegando.

ESTE Gobierno no quiere que los sevillanos vayan a las playas y este Ayuntamiento va a conseguir que se acostumbren a las plagas. Ya tengo escrito que los alemanes podrían llegar a las islas Baleares antes que los sevillanos a Matalascañas o Chipiona (puesto que Pedro Sánchez le da coba a Juanma Moreno en todas las reuniones de presidentes). Pero las plagas empiezan a ser más preocupantes que las playas. El pasado domingo, como la gente sigue confinada en la provincia única, había algunas personas paseando por los alrededores de la Catedral, y se pudo ver una rata muerta, a plena luz del día, junto a la puerta de San Miguel, que estaba abierta para una misa de precepto con 30% del aforo.

EL ingreso mínimo vital que aprobará mañana el Gobierno no es lo mismo que la renta universal básica. No consiste en que todos los españoles e inmigrantes perciban una paguita de Pedro Sánchez. Esa diferencia de conceptos es esencial. Soy partidario del ingreso mínimo vital. También de que sea transitorio, excepcional, y para las personas realmente necesitadas. Y que no sea un donativo de la caridad del Estado, sino vinculado a buscar empleo. No puede ser un chollo sin final, como pretendía Pablo Iglesias, porque en tal caso fomentarán el fraude fiscal y las chapuzas en dinero negro, perjudicando a autónomos y trabajadores legales. Pero es cierto que muchas familias han quedado arruinadas, y no pocas en Sevilla, que ya era la capital de los barrios pobres. Las ayudas pueden ser vitales.

ENTRÓ, entró, dice la gente, loca de contenta. Sevilla ya ha pasado a la fase 2. ¿Ah sí? Mira qué bien. ¿Y para qué, María Jesús? A la gente le va a dar un patatús. Igual que se puede elegir, en ciertos menús, entre carne o pescado, cuando hace más de 38 grados en Sevilla hay que optar entre playa o piscina. Aquí no hay playa, a pesar de ciertos intentos, desde los tiempos de María Trifulca. Aquí no tenemos la Barceloneta, que en la fase 0 ya está llena. Sin embargo, hay playas en las provincias de Huelva y Cádiz, que también han pasado a la fase 2. Han tenido más suerte que Málaga y Granada. Huelva y Cádiz están a una hora en coche, o así, por lo que es posible incluso ir, bañarse y volver en el día. Otra semana será, aunque no se sabe cuándo. Quizá cuando haya muertos por una ola de calor.