ENTRÓ, entró, dice la gente, loca de contenta. Sevilla ya ha pasado a la fase 2. ¿Ah sí? Mira qué bien. ¿Y para qué, María Jesús? A la gente le va a dar un patatús. Igual que se puede elegir, en ciertos menús, entre carne o pescado, cuando hace más de 38 grados en Sevilla hay que optar entre playa o piscina. Aquí no hay playa, a pesar de ciertos intentos, desde los tiempos de María Trifulca. Aquí no tenemos la Barceloneta, que en la fase 0 ya está llena. Sin embargo, hay playas en las provincias de Huelva y Cádiz, que también han pasado a la fase 2. Han tenido más suerte que Málaga y Granada. Huelva y Cádiz están a una hora en coche, o así, por lo que es posible incluso ir, bañarse y volver en el día. Otra semana será, aunque no se sabe cuándo. Quizá cuando haya muertos por una ola de calor.

EL coronavirus va a pasar por la plancha, como si fuera un chuletón de buey. El coronavirus no ha muerto en Sevilla, pero está dando las últimas boqueadas en la pandemia de primavera. Todavía puede soltar alguna cornada, aunque es probable que reciba el puntillazo este fin de semana, cuando las temperaturas se aproximarán a los 40 grados. Hay que mantener las medidas de precaución, usar mascarillas y guardar las distancias sociales. Pero no se puede engañar a la gente, ni siquiera entre ellos, como en la reforma laboral. Para acabar con la pandemia en esta primera fase basta con seguir los contagios. La batalla sanitaria está prácticamente ganada, hasta que pase el verano. Otra cosa es la ruina que viene, que será mortal de necesidad.

LA OMS está en el punto de mira. Sus errores manifiestos en el inicio de la pandemia del coronavirus han favorecido que hubiera miles de muertos en todo el mundo. Sobre todo en países como España, que tiene a un coordinador de Emergencias llamado Fernando Simón, que seguía sus directrices sin atender las peculiaridades españolas, como el flujo de viajeros peligrosos. Además de que la directora de Salud Pública de la OMS es la asturiana María Neira, que apareció varias veces en los telediarios de febrero, diciendo que no había pandemia en el mundo. Negaron todo. También negaron la utilidad de las mascarillas y dijeron que bastaba con lavarse las manos.

HAN pasado más de dos meses desde que empezó el confinamiento, estamos en la fase uno y pico, y nos hemos dado cuenta de que mascarilla no sólo rima con Sevilla, con maravilla, con silla, o con tortilla, sino también con Illa. Es ahora el ministro por excelencia del mando único. Han pasado más de dos meses de ruina, y por fin ha decidido que el uso de la mascarilla debe ser obligatorio en los espacios públicos. Aunque al final, se ha arrugado un poco, y ha abierto la trampita: siempre que no puedan guardar las distancias. En Marruecos es obligatoria, por citar un caso próximo. De allí siguen saliendo pateras, que no entran por los ocho puertos internacionales permitidos, sino a su aire. Pero las mascarillas son imprescindibles para los marroquíes. Y viajar a España está prohibido; excepto que sea en patera, ya digo.

EL aeropuerto de Sevilla no había sido incluido entre los cinco en los que el mando único permitía los vuelos internacionales. En esa lista sólo estaban los de Madrid, Barcelona, Palma de Mallorca, Málaga y Gran Canaria. Es decir, cinco de los seis que mueven más pasajeros internacionales en España. El alcalde, Juan Espadas, protestó y montó un agravio comparativo (en el PSOE también saben hacerlo, cuando les conviene) para el aeropuerto de Sevilla-San Pablo. El mando único de Pedro y Pablo reaccionó y lo incluyeron en la lista, junto al de Alicante-Elche (que es el quinto de España) y algunos más, quizá para disimular.