ALGUNOS pensarán: este le ha plagiado el título a Alfonso Grosso, autor de una novela, Florido mayo, exitosa, pero que en 2020 no sé si se la publicarían. Esto lo anoto como recuerdo al escritor (fallecido hace 25 años), al que conocí, pero no en Sevilla, sino en Madrid, donde triunfó en los años setenta. Y también porque estamos en los días de la Feria del Libro, que se debía inaugurar ayer en Sevilla, según lo previsto antes del coronavirus. La generación actual ha ninguneado a Grosso (igual que otros lo olvidaron en sus últimos años de vida), quizá porque hemos retornado a tiempos más simples. En la Transición, Alfonso Grosso se encumbró en el podio de los grandes escritores de España, cuando parecía que había un certamen para ver quién escribía más barroco, aunque otros lo entendieron como más ilegible. Así surgió el Saúl ante Samuel, de Juan Benet, algo inenarrable. A su modo, el Florido mayo, de Alfonso Grosso, inició una etapa.

EN la crisis del coronavirus han aparecido (o se han popularizado) algunos conceptos. Por ejemplo, las alabanzas a Internet. El teletrabajo ha impedido un colapso mayor de nuestra economía. También han elogiado las clases a distancia, como si fuera lo mismo que ir al colegio o a la universidad, como si hubieran funcionado a las mil maravillas. Sin negar lo anterior, se deben reconocer los fallos flagrantes del sistema. En Sevilla ha quedado claro, quizá más que en otras ciudades, porque aquí tenemos unos barrios muy pobres. A ellos llegará el Gran Poder, si Dios quiere, en otoño, pero no olviden sus necesidades. A Los Pajaritos y al Polígono Sur les afecta también eso que ahora se denomina “la brecha digital” y que podría ser traducido como la desigualdad en las nuevas tecnologías.

LOS paseos por las calles de Sevilla, en los horarios permitidos por el mando único de Pedro al aparato, se están convirtiendo en un peligro para la salud. El número de personas que van con mascarillas, en muchos lugares de la ciudad, raramente llegará al 30 por ciento. Es decir, que la gran mayoría de los sevillanos sale sin ningún elemento de protección (ni mascarillas, ni guantes), por lo cual están plenamente desprotegidos y no protegen a los demás. Salen como si no pasara nada. A la aventura, o confiados en que esta es la tierra de María Santísima, y dentro de lo malo ha salido mejor parada. Mejor parada en el número de muertos, no en el de los parados de abril.

EN esta crisis del coronavirus, se han visto, una vez más, las grandes diferencias que existen en Sevilla entre la ciudad y los pueblos. Para cientos (quizá miles) de sevillanos de la Sevilla-Sevilla todo lo que hay más allá de las antiguas puertas derribadas empieza a ser discutible. Incluso Triana es mucha Triana, pero no es lo mismo. Y no digamos si hay carreteras por medio. Por eso ahora, cuando se descubrió que 17 municipios de la provincia se han librado del coronavirus, empezaron las preguntas. En el informe que publicó Álvaro Ochoa en este Diario, se apuntó una característica: los 17 pueblos limpios del coronavirus están todos a más de 35 kilómetros de Sevilla y en ellos viven menos de 6.000 habitantes.

AL salir de casa los adultos y los mayores, nos hemos sentido como niños con zapatos nuevos. Nuestros papás políticos (no los suegros, sino el Gobierno de Pedro y Pablo) nos habían castigado durante más de un mes y medio: sin correr, sin pasear, sin jugar con amiguitos y amiguitas. Sólo nos permitían salir para los mandados en el supermercado de la esquina, o en la frutería de abajo, y si acaso ir a la farmacia por mascarillas, para que se rieran de nosotros. Pero bueno, como ahora podemos correr y pasear por calles que no habíamos pisado desde marzo (entonces era Cuaresma y se debatía si saldrían los pasos en Semana Santa), pues vemos detalles insospechados. Unos se solazan con el pío pío de los pájaros y otras escenas poéticas. Yo he sido más prosaico y me he fijado en que las calles de Sevilla están sucísimas.