SON malos tiempos para la lírica. Cierran librerías de proximidad y pocos leen poesía. Así pasa lo que pasa. En las paredes han aparecido pintadas contra los turistas. Estaríamos locos si le diéramos altavoz a todo lo que un carajote puede escribir en una pared, o incluso en las redes sociales, que puede ser parecido a un muro, y no el de Berlín precisamente. Pero es sintomático que prolifere una corriente que defiende una Sevilla sin turistas. Es lo contrario que se decía hace un siglo, cuando el apócrifo Abel Infanzón, creatura del poeta sevillano Antonio Machado, escribió: “¡Oh maravilla, Sevilla sin sevillanos, la gran Sevilla!”. Sobre eso se ha debatido en el último siglo. También sobre la relación de Luis Cernuda con Sevilla. Pero, como ya pocos leen poesía, se ha llegado a la conclusión contraria. Es mejor una Sevilla para los sevillanos y sin forasteros. Lo mismo que dice Junts en Cataluña.

PARA ser una gran ciudad lo que necesita Sevilla no es llegar a los 700.000 habitantes. Esa es una falacia impulsada desde el Ayuntamiento por los alcaldes (la disquisición viene de antiguo), porque les interesa para obtener más beneficios en los ingresos y garantizarse más concejales. Pero lo que distingue a una gran ciudad no es sólo el número de vecinos, que se deben valorar en el área metropolitana, y en tal caso Sevilla contaría con alrededor de un millón. Lo que distingue a una gran ciudad es su capacidad para ejercer una capitalidad fuerte, sobre todo en lo económico. Y para ello necesita unas infraestructuras básicas de las que todavía carece.

UNA de las mejores exposiciones para la cuesta de enero en Sevilla es la de Pedro Roldán en el Museo de Bellas Artes. Este artículo no trata de la interesante exposición, aunque la recomiendo, sino de la calle que se le dedicó a este insigne escultor, cuyo cuarto centenario se conmemora. Tener una calle en Sevilla puede ser una maravilla. O no, porque hay calles bonitas y feas. En el callejero, los criterios son incoherentes. En Sevilla, vemos calles y plazas con nombres improvisados. Así se ha llegado a una discriminación. No es lo mismo dedicar una larga avenida, o una plaza luminosa, que una callejuela de evacuar necesidades.

DESPUÉS de la exitosa gala de los Grammy Latinos, que puso a Sevilla en el mapa de quienes no tenían conocimientos geográficos, el Ayuntamiento se marcó otro objetivo: ser la capital de la Navidad. Se suponía que la capital navideña era Vigo, gobernada por Abel Caballero, un socialista de la vieja guardia, que resiste en el poder local desde 2007, cuando era presidente Zapatero. En Vigo montan un árbol navideño de 40,5 metros, que pasaba por ser el más alto de España, aunque este año lo intentaron superar en Badalona (Barcelona), cuyo alcalde es Xabier García Albiol, del PP, y en Cartes (Cantabria), cuyo alcalde es Agustín Molleda, del PSOE. Las dos Españas se enfrentan hasta para la Navidad.

CERRAR librerías es una costumbre habitual en Sevilla. Ya sucedía en el siglo pasado. Tampoco es un problema exclusivo del gremio de los libreros, sino que sucede lo mismo con comercios dedicados a otras actividades. Y ahí es donde surge una de las cuestiones a considerar: ¿una librería es sólo un comercio? Desde un punto de vista económico quizás lo sea, pero detrás existe un componente cultural y casi sentimental. Porque a las librerías y los libreros nos acostumbramos. De modo que cada cual prefiere los suyos. Y sabemos que no es lo mismo comprar los libros en los hipermercados, los grandes almacenes o unas superficies donde se les trata como un producto más. En los últimos tiempos, la lista sevillana de cierres se ha visto afectada, entre otras, con la librería Caótica de la calle José Gestoso y El gusanito lector, de la calle Feria. Pero los gusanos están al acecho, prestos para zamparse nuevos cadáveres, con perdón.