LA muerte de Antonio Burgos deja un hueco imposible de llenar en Sevilla. Existe una visión de la ciudad que no se puede entender sin sus artículos memorables, que nos hicieron ver una Sevilla a su manera. Desde que le conocí, le consideré mi maestro (que no es lo mismo que ser yo su discípulo), porque lo esencial que aprendí del periodismo se lo debo a él. Y, sobre todo, dos cuestiones básicas: que lo más importante es ser fiel a uno mismo, sin dejarte avasallar por nadie; y que el compromiso es con la realidad. Para él, la actualidad era sagrada. Escribió artículos hasta que no pudo más. Su misión era esa: no romper nunca el compromiso de escribir su verdad.

PARA ser una gran ciudad, Sevilla no sólo necesita un vuelo con Nueva York y 700.00 habitantes, sino una planificación coherente del transporte urbano. Y cumplir los plazos, igual que los pecadores deben cumplir la penitencia. En esta ciudad se habla del Metro, el tranvía, los autobuses de Tussam, los trenes de Cercanías (que son nuestros Rodalies), pero no existe una visión de conjunto. Hace falta una proyección global de la ciudad y su área metropolitana, como existe en Madrid o en Barcelona. Es un problema que viene de antiguo, en el que la principal responsabilidad es del PSOE, por su mala gestión durante las cuatro décadas en la Junta, y por algunas decisiones equivocadas de Alfredo Sánchez Monteseirín y Juan Espadas cuando eran alcaldes.

SER alcalde es más duro de lo que piensa la gente. Ahí tenemos a José Luis Sanz. Cuando llegó a la Alcaldía, la gente preguntaba: ¿es sevillista o es bético? Es sevillista. Sin embargo, en uno de los vídeos que publicó el Ayuntamiento, a finales de noviembre, el alcalde decía: “No cejaré en el empeño de que Sevilla sea más verde”. Esa defensa del “patrimonio verde” sevillano, según lo calificó, estaba justificada. Comenzaba la temporada de plantaciones de árboles. Van a plantar más de 1.600 árboles hasta febrero. Además en Palmas Altas (que está en la zona sur, como el estadio del Betis) plantarán 2.300 árboles, entre parque y calles de la nueva urbanización.

LA gente con mala memoria histórica ya no se acuerda, pero cuando aprobaron la fiesta de la Constitución, en la década de los 80 del siglo pasado, intentaron cargarse la fiesta de la Inmaculada. Y dijeron que era una barbaridad tener dos días festivos tan seguidos, precisamente en diciembre, el mes de la Navidad y la Nochevieja, con lo cual se añadía un puente que era descomunal. Ese puente de la Constitución y la Inmaculada iba a ser una ruina para España, según dijeron las lumbreras de la economía progresista de entonces. Pues no se podría trabajar en las fábricas y se frenaría la producción muchos días. Un sector del progresismo (los devotos de Karl Marx) vivía anclado en la revolución industrial y no intuyó el efecto beneficioso de la medida: potenciaría el turismo nacional. De la necesidad se hizo virtud.

HOY celebramos las vísperas de la Inmaculada. Estamos en pleno puente de la Inmaculada. Conviene recordarlo, porque ahora, en el afán laicista de los políticos desubicados, lo denominan puente de la Constitución, y mayormente lo dicen quienes menos la respetan. Sin embargo, la Inmaculada es muy anterior a la Constitución, como dogma de fe y como fiesta, como celebración querida por los sevillanos, que defendieron el día festivo cuando lo intentaron eliminar. Gobernaba Felipe González, precisamente. Originó una polémica nacional. En el siglo XXI, la Navidad se anticipa, y se confunde con el Adviento. Pero en Sevilla hay mecanismos para evitar la confusión de los tiempos.