SUPONGO que Albert Rivera tiene asuntos más importantes de los que ocuparse. La semana pasada estuvo paseando por la Feria de Sevilla, haciéndose fotos con todos los que iban por allí. Después soltó lo de Manuel Valls para la Alcaldía de Barcelona. En la reunión de cargos de su partido, en El Escorial, les dijo claramente que necesitan incluir a gente nueva y valiosa para responder a las expectativas de las encuestas. Dicho de otro modo, que no lo dijo él, sino que lo apunto yo: lo que tienen, en general, es cortito, muy cortito, si se compara con las estructuras de PP y PSOE; y en algunos municipios, como Cádiz, incluso de Podemos e IU.

SOY consciente de que este es un asunto que merece alta sensibilidad. Afecta a personas vulnerables, que en la mayoría de los casos son derrotados por la vida, y tienen detrás historias tristes de marginación y soledad, a veces de desgarro familiar. Sin olvidar tampoco que existe un margen residual, derivado de lo lumpen y el desarraigo social. Por todo ello, y mucho más, los indigentes que vemos por las calles de Cádiz merecen atención y ser tratados con dignidad. Pero lo que no se puede hacer es fomentar la indigencia, como está ocurriendo. Porque el efecto llamada hace que acudan indigentes de otros lugares, trasladando problemas que nada tienen que ver con Cádiz. Y dan una penosa imagen de la ciudad.

CÁDIZ es una de las ciudades españolas que mejor ha mantenido la apariencia de su casco antiguo. La ciudad histórica de intramuros ha llegado con un aspecto reconocible hasta el siglo XXI, a diferencia de otros municipios. El grado de destrucción ha sido pequeño, porque casi todas las barrabasadas y expansiones equivocadas se cometieron más allá de las Puertas de Tierra. Algunas intervenciones en zonas de Santa María, La Viña, Capuchinos o el Balón son discutibles. Pero, en general, el Cádiz histórico es reconocible si lo comparamos con fotos de hace medio siglo, o incluso más antiguas. El problema es que muchos de esos edificios están de mírame y no me toques. Son como enfermos que lo disimulan. Tienen fachada, pero los achaques van por dentro.

COMO el alcalde González se ha ido a los campamentos saharauis, junto al primer teniente Martín Vila, ya que su presencia era imprescindible, la gente se dedica a hablar del tiempo. Se ha caído en Cádiz hasta alguna palmera (de las de verdad, no de las que recomienda Pepe Monforte) y el otro estaba de viaje institucional. Mientras David Navarro emprende otro viaje institucional, a Costa Rica, para que Cádiz consiga la capitalidad iberoamericana del Carnaval. Son días de asuntos serios, de relaciones internacionales, y nosotros aquí con estos pelos, con una alerta naranja por viento y fenómenos costeros. El mismo día en que el delegado del Gobierno, Antonio Sanz, dice que van a invertir 20 millones en arreglos de playas, aunque todavía se están desarreglando, con estos oleajes y ventoleras joías. Antes eran de poniente y ahora de levante. 

UNA de las principales aportaciones de las últimas décadas es el Palacio de Congresos de Cádiz. ¿Se imaginan  que no existiera? Sería un problema, no sólo por la falta de espacio para los congresos, sino porque es un recinto multiusos: para conciertos de música clásica, para Carnaval, para foros, para galas, para espectáculos y eventos. Los palacios de congresos no llueven del cielo. Este lo empezaron a construir a final de los 80, en una buena iniciativa de Carlos Díaz para rehabilitar la antigua Fábrica de Tabacos. Si bien, tras vicisitudes y retrasos, no fue inaugurado hasta 1997, cuando ya era alcaldesa Teófila Martínez, que cortó la cinta junto al entonces príncipe Felipe. El Palacio de Congresos, con el discurrir de los años, ha sido el barómetro de la crisis económica.