LA Junta de Andalucía ha sido magnánima, clemente y misericordiosa con Conil. Modificando porque sí las normas establecidas, han optado por no darle un rejonazo de muerte al turismo en pleno mes de julio. Por eso, a diferencia de lo que era habitual en los municipios con tasas de más de 1.000 contagiados por 100.000 habitantes (1% de la población), han evitado medidas extremas para Conil, como el confinamiento perimetral y el cierre de todo lo no esencial, incluidos los bares, restaurantes y locales de jolgorio. Pero en Conil deberían reflexionar, antes de matar la gallina de los huevos de oro. El aumento de contagios no ha sido por casualidad, ni por mala suerte, como lo certifican algunos vídeos que circulan por las redes sociales. El desmadre nocturno de los jóvenes y el turismo de medio pelo descontrolado han perjudicado la imagen de una población que compite en el segmento del turismo de calidad.

UN conflicto grave no se puede reducir a los aspectos más llamativos. En los problemas de la Policía Local de Cádiz no podemos quedarnos sólo con si están o no están a pie de playa, a diferencia de lo que hemos conocido desde hace más de medio siglo, o con los incidentes acaecidos en la plaza de San Juan de Dios. Este conflicto no puede verse como la Policía Local por un lado y el Ayuntamiento por otro. Porque es la Policía del Ayuntamiento, y es la Policía que se paga con los impuestos y multas de los gaditanos. Por tanto, deben estar todos en el mismo lado, que es el de Cádiz. A nadie beneficia este conflicto. Y si hay que poner la cabeza de algún concejal en bandeja, que la pongan. Es preferible a eternizar un enfrentamiento que necesita soluciones profundas y estables.

LA educación y el respeto a los demás es muy importante en la vida de las personas. Es una de las virtudes que diferencia a los animales racionales de quienes no lo son. Por eso, para que exista democracia y libertad, hay que desterrar el odio y la intolerancia, hay que respetar a quienes piensan diferente. Y no se debe confundir con callar las críticas, o las razonables discrepancias. Hay que plantearlas, pero sin violencia ni odio. Una de las lecciones de la Transición fue la reconciliación, un concepto que tristemente ha pasado de moda. ¿Quién perdona hoy? Las dos Españas protagonizaron matanzas vergonzosas y fusilaron a inocentes en la Guerra Civil. Eso es lo que debió decir (y dijo mal) Pablo Casado en el Congreso. También hubo héroes y grandes lecciones de dignidad, pero refregar lo más negativo es un error histórico. Recuerdo todo lo anterior por lo que está pasando en Cádiz, que también se contagia de esta agresividad años 30. Un ejemplo: los incidentes de la Policía Local en el Ayuntamiento.

DESDE el sábado 26 de junio las mascarillas no son obligatorias al aire libre. Esto lo anunció el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, sin encomendarse a Dios ni al diablo. No lo compartían algunos presidentes de la cogobernanza, como Juanma Moreno, aunque fue el primero en abrir el ocio nocturno, unos días antes de que Andalucía pasara a ser la comunidad con más contagios de España, en su mayoría jóvenes menores de 30 años que no habían viajado a Mallorca. La supresión de mascarillas en las calles ha contado con el apoyo de Pedro Sánchez y el doctor Simón; por ello, las personas prudentes han decidido hacer lo contrario. Ya tenemos experiencia con el oleaje de la pandemia y sus surferos. Miles y miles de españoles siguen con sus mascarillas por las calles.

COINCIDIENDO con la cacicada surrealista del estadio, termino hoy esta trilogía de artículos sobre José María Pemán. La retirada de la lápida de Vassallo es un eslabón más de un odio feroz. La coalición de anticapitalistas y comunistas que gobierna en Cádiz no tolera las disidencias. Pemán nunca fue de izquierda, eso sí es verdad, sino un monárquico de derecha. Algunos franquistas lo consideraban un topo político en el régimen. Otros escritores que apoyaron a Franco alcanzaron después el perdón de la izquierda intolerante que pone y quita honores. Dionisio Ridruejo fue falangista acérrimo, soldado de la División Azul, y terminó como socialdemócrata y en la Plataforma Democrática con Felipe González. Camilo José Cela combatió en la guerra con las tropas de Franco, fue senador designado por el Rey en la Transición, y recibió el Premio Nobel en 1989 como el mejor exponente de la narrativa de la España democrática. Conversos del franquismo militan incluso en el PSOE.