EN Sevilla, por causas desconocidas, se está creando una alergia a los museos.  Hay una apatía, que pronto se podría convertir en una antipatía. Una de las noticias de los últimos días es el cierre del Museo Arqueológico, que no se podrá visitar en los próximos tres años, mientras ejecutan las obras de mejora por las que el PP y el PSOE estaban discutiendo. El Ministerio de Cultura, cuyo titular era (y ya no es) José Guirao, hombre de inquietudes museísticas, gastará 20,7 millones de euros en estas obras tan demoradas, lo que supone una minucia, si se compara con las infraestructuras pendientes. Pero la cuestión de fondo es: ¿y el Arqueológico a quién le importa?

PUEDE ocurrir que la SE-40 y la línea 3 del Metro estén terminadas antes que el centro cultural y de ocio de la Puerta de la Carne. Ese antiguo mercado parece la mansión de los horrores. Es como la comisaría de la Gavidia bis. El edificio es un gafe de los más gafados que se recuerdan. Está así desde el siglo pasado. Siempre que llega un alcalde nuevo dice que lo va a arreglar y cambia el proyecto del anterior. Para no repetirme con las estadísticas y proyectos que se fueron al limbo, recordemos sólo que Juan Espadas lo cambió. Sin embargo, las obras están paralizadas desde antes del verano. El edificio presenta un aspecto cada vez más siniestro. Con visibles síntomas de abandono, cristales rotos, y otros detalles pavorosos. Sólo le falta Frankenstein saludando por alguna ventana.

ES pintoresco que en Sevilla (y en Andalucía, en general), se miden los escándalos con doble vara, según quien los protagoniza. ¿Qué dirían si un alto cargo del PP o de Ciudadanos se hubiera construido una ducha de hidromasaje en su despacho y la hubiera ocultado detrás de una estantería? Es cierto que ocurrió en 2006, y que entonces ya hubo cierta polémica, prontamente tapada por los amigos y colegas. Sin embargo, ahora, cuando se ha descubierto la realidad del asunto y sus circunstancias, adquiere unas proporciones de vodevil. Pues se puede entender que exista una ducha en una institución pública, porque el alto cargo es limpito. Pero que la esconda detrás de una estantería, ya es como cuando el marido sorprende al amante dentro del armario. Suena a cosita rara, la verdad.

PARA muchas generaciones de sevillanos, la Cruzcampo era la empresa de cervezas de la familia Osborne. Si en El Puerto de Santa María el apellido Osborne suena a bodegas de fino y brandy, en Sevilla evoca la cerveza de la tierra y mucho más. Porque era una de las esencias de la ciudad, un símbolo excepcional, al tener la fábrica junto al antiguo humilladero de la Cruz del Campo. Ahí, con aquel vía crucis, empezó todo; y después llegó la Semana Santa. Y allí, en 1904, fundó Roberto Osborne la empresa familiar que empezó a fabricar cerveza. Por eso, con la muerte de Enrique Osborne Isasi, termina el linaje de una época.

EN las obras del Metro de Sevilla, la gente está con la mosca detrás de la oreja, y temerosa de que le den gato por liebre. Sin embargo, existe una oportunidad real de llevar adelante la línea 3 desde Pino Montano, que ya no terminaría en Los Bermejales, sino más adelante, en el Hospital de Valme, pasando además por Palmas Altas. Se deben poner de acuerdo el PP y el PSOE. Pero, según parece, la relación no es como en el debate de investidura. España se ha ido a los extremos (o se ha ido del todo), pero Sevilla no, al menos no todavía. El alcalde, Juan Espadas, y la consejera de Fomento, Marifrán Carazo (así como el viceconsejero, Jaime Raynaud) pertenecen a los sectores más presentables de sus partidos. Pueden alcanzar acuerdos. Sobre todo si entendemos que el Metro debe servir para que lo disfruten los sevillanos, y no para tirarse los trastos a la cabeza.