EN la polémica por los cambios de nombres de las calles, la opinión de los vecinos es importante. Son los afectados. Pues si te cambian el nombre de la calle,…
LA derrota del Cádiz ante el Sevilla puede parecer engañosa. Al minuto 90 se había llegado con empate. Fue un duelo competido, en el que el Cádiz tuvo aspectos buenos…
AL ministro de Transportes, Óscar Puente, lo tienen ya en el punto de mira la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento de Sevilla. Es un ministro peculiar, con una parte buena y otra mala. La buena es que suele decir lo que piensa y miente menos que otros compañeros de…
ETA fue fundada en 1959, cometió crímenes durante el franquismo, los siguió perpetrando en la democracia, anunció el cese de su actividad armada en 2011, pero no se disolvió oficialmente hasta 2018. ETA duró casi 60 años; es decir, 20 años más que el franquismo, y de ellos más de…
SEGUIMOS en la Cuaresma más rara y triste de los últimos años. Hoy, 29 de marzo del año del Señor de 2020, debía celebrarse el Pregón de la Semana Santa, a cargo de Julio Cuesta, en el Teatro de la Maestranza. En las vísperas, el Consejo de Hermandades y Cofradías hizo público un comunicado, en el que ratifica el nombramiento para la Semana Santa de 2021. También el aplazamiento del Pregón de las Glorias, a cargo de Rosa García Perea, para una fecha indeterminada, igual que el traslado de la Virgen de Montemayor. Se supone que esa fecha será en otoño de 2020, y que no se aplazará hasta el año que viene si Dios quiere.
VIENDO lo que ha ocurrido con la Semana Santa, algunos gaditas acérrimos me han comentado: “¡Menos mal que se salvó el Carnaval!”. Esa apreciación no será del gusto de los capillitas. A Juan Carlos Jurado y al Consejo de Hermandades, igual que en otros municipios de la provincia, les ha caído un buen marrón por delante. Deberán lidiar con unas circunstancias muy adversas y ruinosas para las cofradías. Pero, en lo referido al Carnaval, es cierto que para Cádiz fue un mal menor. Si el confinamiento se hubiera ordenado a principios de febrero, a la hostelería local le hubieran dado un rejonazo de muerte, si es que no lo han recibido ya.
FUE un hombre que vivió y ejerció sus cargos con discreción. Manuel del Valle Arévalo ha muerto como vivió, fiel a sí mismo. Ha tenido la mala suerte de fallecer en los tiempos del coronavirus, pero de leucemia, lo que le ha restado protagonismo y furores necrológicos. Sin duda, a él no le interesaban las loas funerarias, por lo que tampoco le importaría. Pero Manuel del Valle fue muy importante en la Sevilla de la Transición. Fue el primer presidente democrático de la Diputación Provincial, desde donde se catapultó a la Alcaldía. Ejerció como alcalde durante ocho años, desde 1983, cuando relevó a Luis Uruñuela, hasta 1991, cuando le sucedió Alejandro Rojas-Marcos. Un alcalde socialista entre dos andalucistas.
ES una pena que el alcalde de Cádiz, comportándose a lo Kichi, se lance algunas veces sin paracaídas. Es lo que le ha ocurrido con el IBI de la Iglesia, que no sabía a cuántos edificios afectaría, ni cuánto supondría en ingresos, ni que este asunto no depende de él, porque está definido en el superior rango de la Constitución, como le han recordado desde el Obispado. Es un asunto que sólo sirvió para enredar en momentos inoportunos. Asociaciones y hermandades vinculadas a la Iglesia están trabajando en primera línea de la asistencia social para ayudar a los más desfavorecidos, también en la crisis del coronavirus. Kichi lo sabe, y además sabe que cuando pide ayuda para eso la encuentra.
LA Iglesia católica tiene en Sevilla un rol social y una importancia mediática muy superior al resto de España. Ni en Santiago de Compostela, ni en Toledo, ni mucho menos en Madrid o en Barcelona, le dan tanta importancia a su arzobispo, que aquí es una autoridad indiscutible. Por eso, lo que haga la Iglesia en Sevilla alcanza una repercusión que no es comparable a otros obispados. Para bien y para mal. En esta crisis del coronavirus, la Iglesia hará lo que debe hacer, como ha recordado el arzobispo, Juan José Asenjo, que es ponerse al lado de los pobres que ya existían y de los empobrecidos que se ven venir en el horizonte.