LA globalización nos puede llevar a adoptar los usos y las costumbres de otros países. Es lo que está ocurriendo con las fiestas de Todos los Santos y los Fieles…
LA derrota del Cádiz ante el Sevilla puede parecer engañosa. Al minuto 90 se había llegado con empate. Fue un duelo competido, en el que el Cádiz tuvo aspectos buenos…
LAS lluvias torrenciales y los vientos provocaron ayer inundaciones y destrozos en Andalucía, sobre todo en las provincias de Sevilla y Huelva. Coincidía la fecha con el aniversario de la dana que causó 229 muertos en Valencia, lo que acentuaba el impacto psicológico. En Sevilla se sabe que las grandes…
A los pocos días de la catástrofe, escribí que Carlos Mazón debía dimitir como presidente de la Generalitat valenciana. Es lo que pensaban (y siguen pensando) la mayoría de los ciudadanos. Ha sido un error mayúsculo que permaneciera en el cargo, con la excusa de que sería el piloto de…

ES inaceptable que insulten a una persona por el color de su piel, sea blanca, negra, amarilla, roja, cobriza, o lo que sea. Igual de inaceptable es que insulten a una persona por su etnia, por su país de origen, o por su ciudad de nacimiento. Incluso es inaceptable que insulten a una persona, en general, y le digan “hijo de puta”, aunque no le digan “blanco de mierda”. A partir de ahí, sería condenable que Juan Cala le dijera a Diakhaby lo que dicen que le dijo. Pero nadie lo ha oído. Porque ese es el problema: se trata de la palabra de un futbolista, que lo afirma, contra la de otro, que lo niega. Ni el árbitro, ni los auxiliares, ni el VAR, ni ningún jugador del Cádiz, ni tampoco ninguno del Valencia lo oyeron. En las imágenes de televisión, al menos en las ofrecidas, tampoco se aprecia, y el que habla primero parece que es Diakhaby. No se trata de convertir a una víctima en culpable, pero tampoco se puede condenar a nadie sin pruebas, por una frase supuesta.
LA Semana Santa ha servido para demostrar que la gente está harta de la pandemia del Covid 19. Y también para confirmar que los políticos de todos los colores han perdido mucha credibilidad. Estamos en una anarquía relativamente controlada, en la que respetan unas normas sí y otras no. Probablemente, sólo las de sentido más común. Pero será muy difícil que los andaluces (y gran parte de los españoles) se queden recluidos voluntariamente en sus casas, tras la llegada del buen tiempo y el adelanto de la hora. Ni Pedro Sánchez, ni Juanma Moreno le pueden pedir a la gente que se esté quieta, mientras se monta la trifulca de Astra Zéneca, con tantas dudas, y van dando palos de ciego con las vacunaciones.
LA Semana Santa de 2021 será recordada por las colas en las iglesias. Y también por los montajes de altares. A falta de una Semana Santa en las calles (sin pasos, costaleros, nazarenos, músicos y sin elementos definitorios que han faltado, incluso con tráfico estorbando que ha sobrado), se ha confirmado que el sustrato religioso de nuestras hermandades y cofradías es indiscutible. Los montajes ofrecen un componente artístico, pero en definitiva toda la imaginería religiosa de calidad es artística (me refiero a Martínez Montañés o Juan de Mesa, por ejemplo), y sin embargo de poco serviría cuando no predomina lo principal: la devoción religiosa, el amor a Cristo y a la Virgen.
HOY es el Viernes Santo más raro de la historia reciente. Una Semana Santa con cultos y conmemoración de la Muerte de Cristo, con su liturgia, con imágenes que pueden ser visitadas en sus templos… Hasta ahí, como los de siempre. Y, sin embargo, será un Viernes Santo sin pasos en las calles gaditanas, sin palcos ni sillas en la carrera oficial, sin penitentes ni cargadores, sin ese ambiente especial de este día, entre el luto que se proclama por el Cristo de la Buena Muerte en la cruz, el cansancio de la Semana Santa que se agota, y también las vivencias de otro año más, que esta vez ha sido un año menos. La Semana Santa de las calles, con la celebración, el gozo, la tristeza y los ritos, se ha quedado en blanco. O en negro. Se ha desvanecido, entre las sombras de su ausencia.
l Esta era la noche en que se muere la nostalgia, cuando los negros nazarenos de ruán confluían por el norte, por el sur, por el este y por el oeste, siempre en dirección a la plaza
CON la primera campanada de la madrugada, Dios se asomaba a la plaza de San Lorenzo. En décadas antiguas, ya lejanas, esperaba hasta que sonara la segunda campanada, pero la evolución de la Semana Santa lo anticipó. Hoy, por culpa de la pandemia, se cumple un bienio trágico, no saldrá entre silencios para cruzar las sombras inquietas de la madrugada, permanecerá en el interior de su basílica, donde siempre lo encontramos; parecerá confinado en su altar, pero no ausente, ni siquiera indiferente. Predispuesto se quedará a recibir las visitas de quienes no lo verán en las calles, ni se encontrarán con su andar imponente e imposible, caminante de lejanos sueños, en los que avanza al compás escalofriante que le traslada hacia un calvario inalcanzable. Con su zancada se abrían en canal las horas sin tiempo hasta que llegaba el alba.